El viaje tuvo muchos momentos que han calado hondo en mis recuerdos, pero sin duda alguna la moraleja del cuento mallorquín fue sin duda “el concepto menorquina”.
Mi colega, me recibió en el aeropuerto en menorquinas; me sacó de fiesta a la media hora en menorquinas; me llevó a la playa en menorquinas; fuimos a jugar a vóley playa en menorquinas; fuimos a pescar en menorquinas; nos comimos el pescado en menorquinas…
Es decir, que no creo que comprenda su vida en la isla sin sus menorquinas. Normalmente en la península se las había visto un par de veces, pero la historia de ese verano la protagonizamos tres, las menorquinas él y yo. ¡Si pudieran hablar! (después de 3 meses sin quitárselas casi lo podrían hacer).
El caso es que estaba en una de esas fases que necesitas que tu vida se ralentice un momento y puedas ver el paisaje para ver por dónde vas y cuál es la próxima estación.
“El concepto menorquina” me enseñó unas lecciones muy importantes:
- Aprovecha al máximo las posibilidades que te da tu entorno, tanto de día como de noche.
- No fuerces la situación, deja que fluya, si hay que ir se irá, pero si no pues aquí nos quedamos.
- Detrás de una cosa va otra, y te puedes adaptar a todo lo que venga: ¡NO PROTESTES!
- Y sobre todo... ¡Deja de tocar los cojones ya y relájate, nene!
Desde ese verano en cuanto hace un poco de calor me calzo unas menorquinas y no me las quito hasta de me puedo calzar unos esquís.
¡Lo único que le faltó fue presentarme a unas menorquinas!
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